Antes
en el bar Paluso y ahora en el centro sociocultural de Conxo: Chus Iglesias y
su familia invitan a comer en Navidad a todos aquellos que no tienen con quien
celebrar las fiestas.
-Ya lleváis
16 años organizando la comida de Navidad. ¿De dónde surgió la idea?
Pues
se nos acababa de morir una hija con dieciocho años, en un accidente de tráfico.
Ese año una prima me preguntó dónde íbamos a celebrar la Navidad, y yo le
contesté que no quería celebrar nada. Pero al final hicimos una cena en nuestra
casa, con nuestros tíos, primos, y una familia amiga. Después de la cena
llevamos a esa familia a casa en el coche, y cuando volvíamos por la rúa de San
Pedro vimos a una pareja joven, creo que eran turistas, los dos solos, comiendo
un bocadillo. Yo empecé a llorar y le dije a Serafín, mi marido: mira cuanta
gente sola, con el dinero que nos gastamos hoy podíamos invitar a mucha gente.
Y le dije que yo no hacía más cena en Nochebuena, y si la hacía sería para
invitar a personas que estuviesen en nuestra situación, solas como nosotros,
porque puedes estar rodeada de gente y estar sola igual. Unos meses después un
proveedor nos comentó una oferta de langostinos que tenía para Navidades. Yo le
contesté que nosotros no hacíamos cena de Nochebuena, pero entonces Serafín me
replicó: ¿Pero no íbamos a invitar a la gente que esté sola? Entonces Suso, el
proveedor, nos dijo que si hacíamos esa cena los langostinos los ponía él.
Ese
primer año avisamos a la Cruz Roja, al albergue de San Francisco, a Cáritas,
pusimos anuncios en la calle, para que la gente no pensara que la cena era
únicamente para los sin techo y se quedara sola cuando podíamos estar todos
juntos. Contábamos con que aparecerían 20 ó 30 personas y al final fuimos 85.
Nos vino una abuela desde Vilagarcía, los de la Cruz Roja se ofrecieron para
llevar y traer a la gente. Después de 17 años me acuerdo perfectamente de toda
las personas que estuvieron allí esa noche. Yo había ido guardando algunas
cosas que me habían dado, camisetas, mecheros, bolsas, para regalárselos a los
invitados, porque hay mucha gente que no se puede permitir comprarse nada,
gente que vive en la calle. Pero, como vinieron tantos, los regalos no me
llegaban, así que fui a los cajones y empecé a coger calcetines, camisetas…
Cuando al día siguiente Serafín se despertó resulta que no le quedaba ningún
calcetín, y tuvo que andar todo el día sin ellos. Después todos los años me
daba 10000 pesetas para que le comprara calcetines a todo el mundo.
Como
sobró mucha comida de la cena les dije a todos que, ya que lo habíamos pasado
tan bien, podíamos comer también al día siguiente, y ese día de Navidad fuimos
102. Y así quedó instaurado hacer la cena de Nochebuena y la comida de Navidad.
-Desde
que cerrasteis el bar las comidas se organizan en el centro sociocultural de
Conxo.
Sí,
cuando cerramos el Paluso pensamos que ya no podríamos seguir haciéndolo. Pero
aquellas Navidades mi hija Soana me dijo que no quería regalos, que con el
dinero de sus regalos y de los regalos que ella nos iba a hacer a nosotros
podíamos celebrar la comida. La niña tenía un año cuando hicimos la primera
cena, no conoce otras Navidades más que estas, y sabe cómo la gente se siente.
-¿Cómo
se puede colaborar?
Pues
quien desee hacerlo se puede acercar hasta el centro sociocultural de Conxo y
dejar allí lo que quiera. También se puede ingresar dinero en la cuenta de una
asociación que montamos, la asociación Paluso.
-Hay
también un grupo grande de gente que os echa una mano para que todo salga
adelante.
Sí,
hace dos años Simone Negrin organizó un concierto en la sala Moon, vino Carlos
Blanco, Luis Tosar, mucha gente conocida. Lo que se recaudó allí nos dio para
pagar toda la cena y para los regalos. Simone también va todas las Nochebuenas
por ahí con el coche, recogiendo a gente que esté sola. Y yo siempre le llevo un
papelito a la policía municipal, para que avisen también a las personas que
vean solas. Tomás Pedrosa nos manda todos los años un jamón. Un año llegó al
bar un señor que no conocíamos y nos dejó un montón de navajas. Llamó el día de
Navidad para ver cómo habían salido y, como nos habían sobrado de la cena e
íbamos a poner el resto para comer ese día, lo invitamos a pasar para
probarlas. Al año siguiente envió otra vez navajas, y luego zamburiñas. Y a la
cena vienen a ayudar Adrián, Suso, su mujer y su hija...
-¿Qué
tipo de personas se acercan?
Todo
tipo de gente. El año pasado apareció un peregrino alemán, que llegaba justo
ese día a Santiago porque quería asistir a la misa del gallo en la catedral.
Simone se ofreció a llevarlo a las doce hasta allí, pero estaba tan bien con
nosotros que al final se olvidó de la misa y se quedó en casa. Durante varios
años estuvo viniendo un médico de Ghana que trabajaba aquí en el hospital. Viene
incluso gente que tiene parientes, porque esta es la verdadera Navidad. Aunque
el ochenta por ciento de los que asisten es gente desconocida, somos una
familia. A veces me vienen a dar las gracias, pero siempre les digo que soy yo
la que les tiene que dar las gracias, porque son invitados que queremos que
vengan a compartir nuestra mesa, queremos celebrar la Navidad con ellos.
-¿Hay
invitados fijos?
Sí, por
ejemplo Ángel viene desde el principio. O nuestro abueliño de Boiro, que unas
Navidades dejó de venir y ya pensábamos que le había pasado algo. Pero resulta
que se había mudado a una residencia, y volvió después de dos años.
-¿Alguna
anécdota que recuerdes especialmente?
Una
vez aparecieron unos turistas belgas, una pareja joven. Después de la cena me
preguntaron por un sitio barato donde dormir, pero a esa hora ya era imposible
encontrar nada, así que les dije que podían dormir en casa. Un año y medio
después volvieron por Santiago y me trajeron un plato de regalo y la foto de un
bebé. Lo habían engendrado aquella noche.
Almudena Otero para CdG