El 5 de agosto de 2012 el periodista de radio Malick Aliou
Meïga pensó que iba a ser su último día. Una decena de miembros del Movimiento
por la Unicidad del Yihad en África del Oeste (Muyao) fue a buscarle a su
emisora en Gao (norte de Malí), se lo llevaron a un descampado y le pegaron tal
paliza que lo dieron por muerto. "No volverás a ver el sol", le
dijeron. Horas después se despertaba en el hospital de la ciudad. Tenía todo el
cuerpo ensangrentado, "como si llevara un traje rojo". Su delito
había sido denunciar los atropellos de los terroristas y oponerse con todas sus
fuerzas a las lapidaciones y amputaciones que intentaban llevar a cabo. Esa
noche, nadie durmió en Gao, toda la ciudad se echó a la calle para protestar.
Siete meses después, Malick Meïga, símbolo de la resistencia de un pueblo
frente a la opresión, ha vuelto a casa.
Los saqueos, crímenes y violaciones empezaron enseguida.
Cuando los rebeldes tuareg del MNLA entraron en Gao y proclamaron la creación
de la República del Azawad, a principios de abril de 2012, se abrieron las
puertas del miedo y la venganza. "Era algo cotidiano. Esa gente vino a
ajustar cuentas y se creó un auténtico caos. Todos los medios de comunicación
decidieron cerrar, pero yo pensé que si apagábamos los micrófonos era como
abandonar la ciudad a su suerte. Y seguimos adelante", asegura Malick
Meïga, quien conducía un programa informativo en Radio Adaar-Koyma. "Había
que denunciar todo lo que estaba pasando, los saqueos, los pillajes, las
violaciones. Desde las ondas, pedíamos a la gente que se quedara en Gao, que
fueran solidarios, que estuvieran unidos, que no se rindieran".
Su programa ha sido siempre muy seguido. "Cuando Malick
habla en la radio se callan hasta las moscas", asegura Abdoulaye, vecino
de Gao. Así que en aquellos momentos difíciles muchos se aferraron a aquella
voz libre. "El MNLA vino a buscarme, me dijeron que estaba volviendo a la
población contra ellos. Yo les respondí que sólo estaba haciendo mi trabajo,
que ellos podían haber conquistado el territorio, pero que a la gente no podían
convencerla mediante la violencia y la dominación. Quisieron tratarnos como
esclavos", explica.
Pero los abusos proseguían. "La gente estaba ya cansada
del MNLA. Desde la radio animamos a la creación de patrullas de jóvenes en los
barrios, pedimos a la gente que cotizara para que la luz y el agua no se
cortaran, creamos un comité de sabios. Hasta que en junio todo cambió". Un
día, miembros del MNLA asesinaron a un maestro muy popular en Gao. Y los
ciudadanos se echaron a la calle. Los rebeldes respondieron a tiros y los
miembros de Muyao se presentaron entonces como salvadores: atacaron a los
tuaregs y acabaron por expulsarlos de la ciudad.
Muchos pensaron entonces que se había acabado el
sufrimiento, pero pronto asomó el verdadero rostro de Muyao, "traficantes
de droga que se apoyaron en los lobbys wahabistas locales que tenían sed de
venganza por viejas rencillas", dice Malick. Se pasó de una dominación a
otra. Conocedores de su influencia en Gao, los yihadistas fueron a buscarle y
le propusieron hacer apología de la sharia a través de las ondas. "Me
llegaron a ofrecer 600 euros al mes por trabajar para ellos. Les dije que ni
por 1.500 al día, que si querían una radio que se abrieran una. Me negué a leer
sus comunicados por la radio y Abdel Hakim, líder de Muyao, vino a verme a mi
casa. Empezaron las presiones y las amenazas otra vez", explica el
periodista.
Sólo unas semanas después de hacerse con el control de Gao,
Muyao intentó poner en marcha su retrógrada visión de la ley islámica, que
incluia castigos corporales como flagelaciones y latigazos, amputaciones de
manos y pies e incluso lapidaciones. "Me opuse a todo eso con toda mi
energía", asegura Malick. Y el domingo 5 de agosto, las cosas se
precipitaron. Ese fin de semana Muyao había intentado amputar una mano a un
ladrón en la plaza de la Independencia, "rebautizada" como plaza de
la Sharia. Pero los habitantes lo habían impedido con una gran manifestación. Y
Malick animó a la gente desde las ondas. "Eran las ocho y media de la
tarde, vinieron a buscarme a la radio y me golpearon en la cabeza con un
kalashnikov, interrumpiendo el programa que estaba haciendo en directo",
recuerda.
"Me metieron un coche y me dijeron que no vería el sol
al día siguiente. Yo pensé que todo se había acabado para mí. Cuando llegamos a
un descampado al lado del cementerio me obligaron a bajar y me pegaron con
tanta fuerza que me dieron por muerto. Al principio yo gritaba con todas mis
fuerzas, pero luego estaba tan malherido que dejé de gritar. Tenía sangre de la
cabeza a los pies y me dolía todo el cuerpo. Entonces, perdí el
conocimiento", prosigue.
Aún no sabe quiénes le llevaron al hospital, pero lo cierto
es que despertó allí sobre la una de la madrugada. "La habitación estaba
llena de gente. Me dijeron que la ciudad entera se había rebelado por mi
agresión, que todo el mundo se había echado a la calle. Nadie se lo tuvo que
contar a todas esas personas, porque escucharon mi detención cuando estaba en
directo", explica. Cuarenta y ocho horas más tarde, Malick Meïga
abandonaba Gao de manera discreta en dirección a Niamey. De allí voló hasta
Bamako y luego a Marruecos, donde se recuperó de sus heridas durante diez días.
Acabó por instalarse en Bamako con su familia.
El 26 de enero pasado, soldados franceses y malienses
recuperaban la ciudad de Gao de las manos de los yihadistas de Muyao. Sin
embargo, en los días posteriores se han sucedido detenciones de sospechosos,
ataques suicidas y enfrentamientos en plena calle entre muyahidines infiltrados
y tropas regulares. Aunque la situación no es del todo segura, Malick Meïga ha
vuelto a Gao. Su voz se escucha de nuevo. "¿Qué es lo que quiero ahora?
Pues que el Estado de Malí haga su trabajo, que persiga a esta gente hasta las
últimas consecuencias, que los juzguen y los lleven a prisión. Si no lo hace el
Estado, será la población la que haga su propia Justicia".