Esta es la historia de Ronald Ervin McNair, un joven afroamericano nacido en la pequeña localidad estadounidense de Lake City a mediados del siglo pasado.
En el estado de Carolina del Sur, donde las luchas raciales habían sido más que destacables, aún existía una fuerte segregación de la que no saldría hasta bien entrada la década de los ’70. Aseos para blancos, asientos en el transporte público para blancos, bares con derecho de admisión reservado… escuelas, tiendas, establecimientos… las estampas de aquella época seguro que son bien conocidas por los lectores de este blog.
No estoy seguro del conocimiento exacto que un chaval de 9 años podría tener de la tensa situación que se vivía en Carolina del Sur en aquella época. Lo que sí está claro es que en 1959, Ronald McNair, sabiéndolo o no, se disponía a hacer frente al sistema establecido a cambio de un par de libros.
Un día, sin que su madre ni su hermano supieran nada, el joven Ron salió de su casa y recorrió el trecho que le separaba de la Biblioteca Pública en el centro de Lake City. Al llegar, tras andar varias manzanas, le esperaba un cartel colgado en la pared en el que se podía leer: “Library not for coloreds”.
Sin darle importancia a la advertencia, Ron entró en la biblioteca y se paseó durante algunos minutos por las estanterías, ante las miradas de desaprobación de muchos de los usuarios blancos de aquel lugar.
Tras haberse decidido por un par de libros, Ronald se dirigió hacia la mesa de la bibliotecaria y, tras hacer la pertinente cola, se dispuso a retirar los ejemplares. La respuesta negativa de la funcionaria no descolocó lo más mínimo a aquel jovenzuelo descarado que, tras colocarse las gafotas y aferrarse al escritorio, se empeñó en que él también tenía derecho a que le prestasen aquellos libros.
- Pues voy a tener que llamar a la Policía –amenazó la bibliotecaria–
- Pues… llame a la policía, esperaré –respondió el chiquillo–
A la llegada de los agentes la pregunta fue evidente:
- ¿Qué está ocurriendo aquí? ¿Quién es el alborotador?
Imagino que tuvieron que bajar bastante la vista para poder encontrar al responsable de aquel lío… un chavalín de color de 9 años que apenas levantaría unos palmos del suelo y que agarraba con fuerza un par de libros.
En la discusión, la bibliotecaria terminó telefoneando a la madre de Ron para ver si podía llevarse de vuelta a casa a aquel pequeño revolucionario. El cuadro que se debió de encontrar la señora McNair cuando llegó a la Biblioteca tuvo que ser interesante… Allí estaba su pequeño Ron, en un lugar sólo para blancos, rodeado por un par de corpulentos policías, y empeñado en que no se iba hasta que le prestaran los libros.
Finalmente, la cordura apareció en forma de salomónica (y lógica) cuestión por parte de uno de los policías:
- ¿Y por qué no dejamos simplemente que el chaval se lleve los libros?
Estas serían las primeras de otras muchas, muchas lecturas que le llevaron desde la física hasta las fascinantes historias de ciencia ficción de los años 70. Como muchos otros jóvenes de la época, Ron se sintió atrapado por las aventuras estelares de Star Trek. En aquellos episodios podía dejar atrás todos los sinsabores de la segregación racial en Carolina del Sur y encontrar un futuro en el que hasta alguien de color (la oficial de comunicaciones Uhura) podía surcar el Universo a bordo del Enterprise.
Ronald E. McNair terminó estudiando Física en la North Carolina A&T State University, donde se graduó en 1971. De allí, al célebre MIT donde se doctoró en 1976.
Aun así, parecía ciertamente imposible que un joven físico negro y sin experiencia alguna en vuelo pudiera alcanzar su sueño de ser astronauta… pero ocurrió. La perseverancia que Ron mostró desde niño hizo que en 1979 y tras un año de duro entrenamiento, fuera seleccionado por la NASA para futuras expediciones en el transbordador espacial.
Su primera misión (STS-41B) le convirtió en el segundo afroamericano en salir al espacio. McNair realizó con éxito las tareas que le encomendaron entre las que se encontraban operar un nuevo brazo robótico y diversos experimentos científicos.
Las cosas parecían marchar bien para Ronald en la NASA cuando un par de años después, fue seleccionado como especialista de la fatídica misión STS-51L… la misión que a la postre significaría el último vuelo del Challenger. El 28 de enero de 1986, y tras 73 segundos desde el despegue, el transbordador estallaba ante la mirada atónita de millones de telespectadores. Era la tragedia más impactante de la Historia de la agencia aeroespacial norteamericana y en ella fallecía Ronald junto a sus 6 acompañantes de vuelo.
Numerosas webs están recordando durante estos días el aniversario del triste accidente del Challenger, una fecha que dejó paralizada la conquista espacial durante muchos años y que marcó profundamente a los amantes de la astronáutica.
Algo más de un cuarto de siglo después del trágico accidente del transbordador y cuando para muchos tan sólo es un recuerdo lejano y borroso de humo blanco en el cielo, a quienes hoy hemos conocido la historia de este terco chaval probablemente se nos dibuje una leve sonrisa en la cara al saber que la Biblioteca de aquellos tiempos en Lake City se llama ahora Biblioteca Pública Ronald E. McNair.
La historia de la Biblioteca en Lake City la recordaba su hermano Carl en uno de los fabulosos videos de Story Corps como homenaje a esos 27 años del Challenger.
Javier Peláez
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