El arzobispo de Tánger, Santiago Agrelo Martínez, ha querido
compartir con nosotros esta reflexión acerca de la situación que se vive
actualmente en el Estrecho.
"No he visto los cadáveres; sólo se me ha mostrado un
pasaporte y una tarjeta de residencia: Davies y Richard habían nacido en
Monrovia, uno en 1982, el otro en 1988. Mi amigo Juan me pide que los
recordemos en una misa, un signo que nos devuelve en la verdad del misterio la
presencia de los hermanos que nos han sido arrebatados. Davies y Richard han
desaparecido en ese cementerio de esperanzas que es el Estrecho de Gibraltar.
No puedo saber cuántos son, menos aún quiénes son, los que a
lo largo del año han perdido la vida en la “calle de agua” que separa África de
Europa. No puedo saberlo porque nadie quiere saberlo.
En esta Iglesia, como signo de comunión, y también de
denuncia, tocará reservar al menos un día del mes a la memoria de esos muertos:
un día para la oración, para la esperanza, para la justicia.
En el Estrecho mueren hombres, mujeres y niños, sin que nadie
lo lamente, sin que a nadie se exijan responsabilidades. Todos sabemos, sin
embargo, que esos hombres y mujeres y niños no han sido víctimas de un virus,
ni de un accidente, ni de una fatalidad; lo son de leyes inicuas que hacen a
los pobres una violencia tan atroz que los lleva a aceptar la muerte misma como
un mal para ellos menor que la pobreza.
Los pobres no se suicidan; a los pobres se les lleva a la
muerte.
Y esto, aun siendo legal, no deja de crear una mala
conciencia que las palabras tratan de acallar, señalando a los emigrantes como
un peligro para nuestra seguridad.
En nuestros comunicados, los que mueren no son pobres en
busca de futuro sino asaltantes, no son víctimas sino agresores, no son hombres
y mujeres martirizados por kilómetros de penurias sino un peligro para la
seguridad nacional.
Las palabras de nuestros comunicados, además de ser falaces,
son inhibidoras de la conciencia y la solidaridad".
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