Vive en Chumbum, el barrio más antiguo de María La Baja, Colombia. Su
misión, defender a los despojados de la violencia.
Sandra Pérez (44 años, María La Baja) siempre lleva un
turbante en la cabeza. Varía el color, según la ocasión. Sabe que le luce, pero
sobre todo se envuelve su pelo en trapos porque es una muestra de su identidad,
de sus raíces. Su casa está adornada con un letrero que dice ‘La fantasía’,
acompañado por un logo del Instituto de Bienestar Familiar (ICBF). Su vivienda
siempre tiene las puertas abiertas. No por el calor, que supera los 37 grados,
sino porque es el lugar en donde los niños de su comunidad encuentran juguetes,
lápices, colores, abrazos.
Sandra es madre comunitaria. También es la mujer que lidera
el tema de restitución de tierras en el marco de la Ley de Víctimas en su
región, fuertemente golpeada por la violencia a finales de los años noventa.
Recientemente fue elegida como una de las colombianas que cambian al mundo por
la Agencia Española de Cooperación Internacional para el Desarrollo (AECID). “Yo
no sé si cambie el mundo, pero sí ayudo en algo”. Sandra es modesta. De no
haber sido por las denuncias que ha hecho, muchas cosas en su pueblo estarían
mal.
Fue ella, y con eso descubrió su liderazgo, quien logró que
unos subsidios que estaban tomando el rumbo equivocado, terminaran en las manos
que correspondía. “Por eso, despidieron a quien en ese entonces era gerente del
Banco Agrario”, cuenta Sandra. Ahora está tratando de que el matadero, que está
ubicado en pleno casco urbano, sea llevado a otro lugar.
“Hemos notado que la contaminación que genera ya está
causando daño. Cuatro muertes de menores se han registrado en esa zona. Estamos
investigando, si se comprueba que es efecto del matadero, no habrá más excusas
para no reubicarlo”, dice. Sandra trata de solucionar problemas en lo urbano y
también le preocupa lo rural. Sabe que María La Baja y en general Los Montes de
María es una zona en donde a pesar de la desmovilización de los paramilitares,
la inseguridad persiste.
Una de sus hijas, la mayor, es consciente de eso. Tal vez
esa fue la razón que la llevó a arrodillarse y pedirle que dejara el tema de
las tierras, que no se arriesgara más. “Mi hija llorando me lo pidió, pero yo
le digo que debemos confiar en que al que actúa bien, no le va mal”
, dice. Y
esa es su forma de encomendarse porque además de estar en la mesa de
restitución, hace parte de la mesa de víctimas de su región.
“No podemos abandonar lo que empezamos. La lucha hay que
continuarla”, sentencia. Sandra, también es presidente de la Junta de Acción
Comunal de su barrio. Desde ahí también ha librado ‘batallas’ por el respeto a
los niños, a los adultos, a las mujeres. “La idea con las mujeres es que sepan
que tienen derecho a opinar, a pensar, aunque parezca raro aún hay unas que no
lo saben”. Para eso, trabaja en Afromar, una ONG que agrupa mujeres. Pretende
lograr que se empoderen de lo que son.
Por ahí, dice ella, empiezan muchos procesos. “Por saber qué
somos, de dónde venimos, a estar orgullosos con nuestros churcos, nuestros
labios gruesos. A ser felices con ser afros”, reitera.
Sandra no se opone a la celebración de la Afrocolombianidad,
pero cree que es necesario ir más allá. “Durante esa fecha se debería pensar
más en cuáles son nuestras problemáticas y tratar de ver alguna forma de solucionarlas,
teniendo en cuenta nuestra participación. Por ejemplo no olvidar que existe la
consulta previa, que a veces parece pasar inadvertida en decisiones
importantes”, insiste.
SALLY PALOMINO C.
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