El barrio mira al océano. Atrás queda el cerro Ancón. El
Chorrillo nació a principios del siglo XX y lo llamaron así porque por allí
pasaba una vertiente de agua a la que decían El Chorro. Esta barriada de la
ciudad de Panamá se pobló de personas que llegaban con la misión de construir
el canal que une el Caribe y el Pacífico. Y así fue creciendo hasta que en 1989
EE UU invadió el país.
El Chorrillo quedó destruido. Las viviendas se convirtieron
en ruinas y el barrio, tal y como era, desapareció para siempre. No pasó mucho
tiempo hasta que volvió a habitarse. Pero esta vez nació de forma muy distinta.
“Hicieron muchos barracones y cada vecino pintó su casa de un color”, explica
Javier Serrano.
Este arquitecto acaba de regresar de la falda del cerro
Ancón. Fue hasta allí con su colectivo, Boa Mistura, para hacer una
intervención artística. Los invitó, junto a otros 249 artistas, la Bienal del
Sur en Panamá, y su propuesta fue “hacer una obra in situ”, indica. “Una obra
que quedara allí, en sus calles”.
Durante las tres primeras semanas de marzo los cinco
miembros de Boa Mistura se dedicaron a dirigir una gran pintada que dice: Somos
Luz. Es una acción más de su serie Crossroads, con la que pretenden involucrar
a los vecinos de una zona en proyectos de arte urbano para mejorar sus espacios
vitales.
Boa Mistura llegó a Panamá con el propósito de despertar un
sentimiento comunitario en El Chorrillo. “Es un lugar donde han quedado muchas
armas y mucho odio. Hay 17 bandas en las cinco calles por otras cinco calles
que forman el barrio. Ha quedado un especie de violencia gratuita”, indica
Serrano.
En ese escenario uno de los primeros en huir es,
precisamente, el sentido de comunidad. “No hay conciencia del cuidado de
espacios comunes o espacios públicos”, apunta el arquitecto.
Ese hecho es el que justifica, más que ningún otro, que Boa
Mistura siempre establezca como base de residencia el lugar donde trabaja. No
entienden el arte como una acción de paso. La convivencia es parte del proyecto
y los vecinos son indispensables en el resultado final.
“Vivimos integrados en el sitio donde hacemos la obra”,
especifica. “Estuvimos alojados en una parroquia de El Chorrillo. Es un área
muy peligrosa. Hay muchas bandas y, a menudo, los de una calle no pueden cruzar
a la de al lado. Pero estuvimos caminando y hablando con la gente de allí. Esas
zonas son como un erizo. Tienen púas por fuera pero por dentro hay algo muy
bueno. Los vecinos nos ofrecían comida y nos trataban muy bien. Por la noche
escuchabas las balas. El primer día te asustas. El décimo ya te da igual”.
En esas tres semanas Boa Mistura hizo el marcaje de la
pintura en un edificio de 50 viviendas llamado Begonia I. Después invitaron a
los vecinos y, juntos, hicieron la intervención. “El proyecto parte de los
colores tan saturados que utilizan en el Caribe. Pintamos con sus colores y
pervertimos el patrón introduciendo tipografías”, explica. “En esa zona cada
vecino pinta su casa de un color. Esta nueva estética, en cambio, tiene tres
colores y eso exige que se pongan de acuerdo para pintar la porción de edificio
que entiende como suya siguiendo el mismo estilo”.
La exigencia de coherencia estética esconde la intención de
unir a los vecinos para crear espacios más colectivos. La tipografía que
escribe Somos Luz intenta difuminar la unidad de vivienda y generar un
sentimiento de espacio común.
La obra es un mensaje de más de 2.000 metros cuadrados
pintados en fachadas, corredores y escaleras. El edificio se convierte así,
según Boa Mistura, en un conjunto de “composiciones abstractas de color que
cobran vida con la ropa tendida o cuando alguien se asoma al balcón”.
Un mensaje que “busca inspirar diariamente no solo a los
vecinos, sino también al resto de personas que pasen cerca del edificio y les
recuerde que cada persona tiene un valor incalculable, independientemente de la
realidad del lugar en el que vivan”.
El sentimiento de comunidad es el principio. Después, a
menudo, surge un cierto deseo de higiene. “En todas las investigaciones y
proyectos que hacemos incluimos la limpieza. Al pintar sus casas queremos que
tomen conciencia del cuidado de su espacio”.
Boa Mistura no lo explica como si fuese una lección teórica.
Es algo que suele aparecer y que en El Chorrillo ocurrió también. “El barrio
está muy sucio. Es un lugar que queda al margen de la recogida de basura y las
infraestructuras públicas”, cuenta el arquitecto. Pero la misión causó el
efecto deseado. “Un día se acercó un niño y nos dijo: Han venido desde tan
lejos a pintar y ni siquiera lo hemos limpiado”.
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