17 jun 2013

Claudia Silgado



Está detrás del proyecto 'los pilanderitos', que busca acercar a los niños del barrio El Pozón, de Cartagena (Colombia), a los libros.

Claudia Silgado (39 años, Fundación, Magdalena) parece tímida. Camina despacio, habla suave, no mira fácilmente a los ojos. Pero cuando coge un libro y empieza a leer, es otra. Su voz toma otro volumen, su mirada es fija, sus manos no se quedan quietas. Es una mujer alta, de pelo ensortijado, de labios gruesos, que siempre se viste con faldas largas y anchas y que no puede negar que la lectura la transforma. Tal vez de allí su obsesión por los libros y porque los niños se apropien de ellos.
Quiere que El Pozón, un barrio pobre, marginado, en donde parece que el único transporte es el mototaxi, donde caminar por sus calles sin tragar polvo es imposible (las calles no tienen pavimento) y donde se registra buena parte de casos de violencia contra las mujeres de Cartagena, sea otro.
Y desde hace cinco años ha trabajado para lograrlo. Ella, a diferencia de otras mujeres líderes de la región, sí pudo estudiar. Es licenciada en lengua castellana y comunicación social. Por eso, su labor en el sector no es su única opción de vida, aunque sí la que mejor la hace sentir. Tiene ofertas de trabajo pago, con contrato, con garantías, pero prefiere estar ahí, en El Pozón. A veces sin sueldo, pero con la satisfacción de estar ayudando a generar un cambio.
Su historia allí comenzó con una invitación a cuidar la biblioteca comunitaria. Aceptó, a pesar de que al llegar descubrió que en ese lugar había estantes, mesas, papeles. De todo, menos libros. "Eso fue lo primero que me despertó, que me movió, que me motivó", cuenta. Con amigos y sus propios libros logró armar una biblioteca de verdad, que poco a poco empezó a tomar forma, pero que siempre permanecía vacía. "La gente cree que los niños no leen", dice, mientras hace énfasis en la frase y explica que piensa lo contrario. "Lo que pasa es que nos equivocamos cuando imponemos lecturas, cuando obligamos, cuando no sabemos cuál es el camino indicado para hacerlos enamorar de la lectura", señala.
Y ella parece haber encontrado ese camino. Un mes después de llegar a la biblioteca se le ocurrió crear 'Los pilanderitos', un grupo que se reuniera a leer y que llevara ese nombre en honor a las pilanderas que abundan en la región. "Nadie daba un peso por mí, no creían que alguien se uniera al proyecto", recuerda. Pero se equivocaron. El día en que lanzó el programa, Claudia se fue a la calle, a buscar puerta por puerta a niños que quisieran leer. Ella tiene en su memoria al primero que le aceptó la propuesta. Se llama José Daniel, tenía en ese entonces diez años.
“Él me acompañó los días siguientes a caminar, a invitar, a motivar”. El segundo miércoles que se reunió el grupo, que hasta ese momento era de solo dos, llegaron cinco niños más. Y así, casi sin darse cuenta, un día estaba leyendo un libro frente a decenas de niños, que no estaban allí por obligación. "Ese día me di cuenta de que no podía desistir, en diez años ellos van a ser los que le cambien la cara a El Pozón", dice.
Ella lee y a los niños les gusta oírla. Pero también disfrutan hacerlo ellos. Algunos llegaron a sus manos sin saber hacerlo. Ahora leen a Raúl Gómez Jattín, a Rómulo Bustos. También disfrutan de la poesía negra. "Es ahí por donde hay que empezar, para que reconozcan y sientan orgullo de ser lo que son. De sus pelos ensortijados, de sus labios grandes, de su piel", dice. Y parece que estuviera haciendo su propia descripción física. Así es ella. Y dice que jamás intentaría tener el pelo de otra manera, ni hablar con otro tono. "Eso es lo que nos hace diferentes, auténticos", señala.
Claudia y su proyecto sobreviven gracias al apoyo de algo que ella llama "los ángeles clandestinos", gente que dona dinero, muchos sin identificarse, pero todos con el mismo propósito: lograr que la lectura logre transformar un barrio tan violento. "No es fácil y hasta hace muy poco descubrí que en este proceso soy la líder, no me puedo detener", asegura. Siempre quiso ser profesora, pero entre sus planes no estaba hacerlo gratis y en un lugar tan difícil. "Mi esposo y mi hijo me apoyan. Tengo el respaldo de ellos", cuenta y, entre risas, recuerda que una vez su mamá le preguntó “¿Por qué no te buscas un trabajo serio en el que por lo menos te paguen", después de un minuto de silencio, su mamá continuó, "mejor no, yo creo que tú sin esos niños te me mueres".
"Uno se da cuenta en pequeñas cosas que está haciendo algo importante. He visto cómo niños que eran abusados y no tenían ningún objetivo en la vida, ahora escriben y dicen que quieren contar sus historias", asegura. Recuerda también lo que ha sentido cuando ha visto cómo en medio de peleas entre pandillas (que allí son muy comunes), le han demostrado lo que ella significa para la comunidad. "Una vez terminaba de dar un taller, iba por una calle y dos bandos se estaban peleando a piedra y palo. Uno de ellos dijo 'paren porque va a pasar la seño'. Y todos se detuvieron". Ese recuerdo obliga a parar su relato. Llora. Más adelante explicaría que le duele no ver muchas opciones para los jóvenes del sector. Poca educación, pocas oportunidades laborales. Por eso, espera que ahora logre hacer realidad 'Casa habitada', su nueva idea.
Se trata de una estructura que albergue espacios para la lectura, pero también para la danza, el teatro. Un centro de cultura en medio de la violencia, para acabar con ella. "Algunos muchachos me dicen que necesitan un lugar a donde ir cuando sus papás los maltratan, qué mejor que sea un espacio donde se formen y no en la calle, en donde terminan cayendo en manos de pandillas", dice. Y su proyecto ya empezó a andar. Dice con orgullo que ya le tiene logo, explica que el nombre lo tomó de un cuento de Julio Cortázar y que gracias a la donación de un canadiense ya tiene sillas, mesas, escritorio y un archivador. Lo único que le falta (y lo dice sin un dejo de desesperanza) es el lote, la casa. "Suena lejano, lo sé, pero creo que lo vamos a lograr". Como ejemplo de cosas que aunque parecían imposibles, ha alcanzado, recuerda el festival alterno al 'Hay Festival de Cartagena', que cada inicio de año llena de intelectuales a la ciudad amurallada.
"Nosotros también tenemos nuestro festival de literatura, vamos a los barrios, leemos. Eso sí, nunca cobramos. Eso hace la diferencia con el otro festival, que se queda con la atención de los medios y de los extranjeros", dice.
Claudia ha aprendido en los últimos años algo de leyes. Dice que debe hacerlo para defender sus ideas. "Si uno no sabe cómo hacer una tutela o un derecho de petición todo es más difícil", advierte, pero descarta especializarse en temas jurídicos. "Lo mío son las letras", señala. Y para demostrarlo, alista para final de este año su primer libro de poesía.

Sally Palomino C.

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1 comentario:

  1. Felicitaciones a Claudia por su labor. Eres una mujer ejemplo de qué las cosas se logran con trabajo y esfuerzo. Saludo guerrera.

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