La violencia que vivió su pueblo despertó un lado que
desconocía: el de ayudar a otros.
Juana Ruíz (39 años, Mampuján- Bolívar- Colombia) siempre que habla,
se ríe. Su dentadura es grande, blanca y brillante. Su pelo es ensortijado y
tan negro como su piel. Juana es la sonrisa de Mampuján. “Pero de Mampuján, la
nueva”, aclara ella. Y lo hace para explicar que del original municipio no
quedó nada después de que los paramilitares pasaron por ahí y mataron y
obligaron a los campesinos a salir del pueblo.
Juana es una sobreviviente. Una de las cientos que están
logrando perdonar y dejar a un lado lo que pasó en marzo del 2000. “Ese día nos
cambió la vida a algunos. A otros se les acabó”, dice.
El 11 de marzo de ese año, 150 hombres armados y con
uniforme de las Autodefensas Unidas de Colombia (Auc) se tomaron el pueblo. Se
ubicaron en la plaza principal y advirtieron a los habitantes que debían salir
de ese lugar antes de la madrugada. Después de hacer el anuncio, masacraron a
doce campesinos en la vereda Las Brisas. “Lo hicieron a machete, con palos, les
cortaron la cabeza”, relata Juana, sin resentimiento. “Ya hay perdón. Ya
estamos sanos. Solo queremos caminar y seguir adelante”, dice. Pero no fue
fácil llegar a ese estado. Mucho menos lograr que a quienes les mataron en la
cara a sus familiares o a quienes sacaron de sus casas a punta de terror, se
les ocurriera pensar en el perdón. Y ese fue el reto de Juana. Lograrlo, la
convirtió en líder.
Ella estudió nutrición. Se imaginaba trabajando en una
clínica, vestida con una bata. “Y con tacones”, agrega. Pero ese día de marzo
del 2000 sus planes cambiaron. “Yo no podía ser indiferente a ese dolor, no
podía seguir con mi vida como si nada”, cuenta. Decidió entonces olvidar lo que
quería ser y empezar a ser lo que sentía que los otros necesitaban de ella.
“El desplazamiento despertó conflictos internos. Vivir en un
albergue después de lo que pasó no es fácil. Algunos hombres se volvieron
violentos porque no encontraban qué hacer para sostener a sus familias. Era difícil”,
asegura Juana. En medio del ambiente de incertidumbre y de temor, la comunidad,
sobre todo las mujeres, guiadas por Teresa Geiser, una sicóloga estadounidense
que llegó hasta allí para ayudar, empezaron con un proyecto que les cambió la
vida.
Tejiendo fueron liberando su rencor, tejiendo fueron
sanándose. Tejían dibujos que les recordaban lo que había pasado, pero también
quiénes eran. Las 250 familias que llegaron al nuevo Mampuján (cuatro calles
sin pavimentar) empezaron a olvidar y a creer que podían volver a ser los de
antes.
La primera audiencia de Justicia y Paz que encaró a los
perpetradores de ese capítulo negro en Mampuján con las víctimas, fue la prueba
de fuego. Juana envió con su esposo, el también líder comunitario Alexánder
Villareal, un par de biblias a los jefes paramilitares Edwar Cobos Téllez,
alias ‘Juancho dique’ y a Uber Enrique Banquez, alias ‘Diego Vecino’.
“Algunos de la comunidad decían que no, que no podíamos
perdonarlos, que no podíamos darles eso. Pero yo les decía que por el perdón
empezaba la sanación”, recuerda. Finalmente aceptaron. Y las biblias llegaron a
manos de ellos, que fueron los primeros jefes' paras' condenados bajo la Ley de
Justicia y Paz.
“Yo no sé si cerré mi visión, si mi ambición se acabó, pero
dejé de pensar en mi profesión y me concentré en proyectos que nos sirvieran a
todos”, cuenta. Tal vez por eso decidió hacer parte de la creación de
‘Asvidas’, una organización comunitaria que promueve el desarrollo y la
integración. Desde ahí, creó ‘Mujeres tejiendo sueños y sabores de paz’ que
además de adelantar procesos para lograr reparación, justicia y reconciliación,
busca generar proyectos que les den garantías económicas.
Hacen artesanías, cosen, tejen, cocinan. Tienen un lugar en
donde procesan alimentos. “Butifarra y bollos, tipo exportación”, dice Juana,
con orgullo. Y no está muy lejos de que eso suceda, de que lo que preparan
pueda ser vendido en otros países. La Fundación Clinton ya estuvo de visita en
el nuevo Mampuján conociendo los procesos. Ahora Juana y sus mujeres están a la
espera de una respuesta. Si esa fundación decide ayudarlos, es seguro que los
servicios que ellas ofrecen podrán ser mejor comercializados. “Ese sería un
alivio, poder vender afuera, tener más recursos”, asegura.
Juana está lista para una maestría en desarrollo comunitario
en la Universidad de Cartagena que logró gracias a una beca. “Quiero aprender
más, para enseñar”, parece ser la sentencia de la mujer que se volvió líder
después de la tragedia.
Sally Palomino C.
Gracias, Juana. Regalas el amor de Dios que hay en ti. Parece sencillo. Y no lo es. Trabajo y sacrificio por los demás, sin buscar nada para ti. Sigamos su ejemplo.
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